La adolescencia es un período vital durante el cual las personas acaban de desarrollarse y de conformar su identidad. Es un momento de múltiples cambios y malestares emocionales o fluctuaciones en el estado de ánimo. Sabemos que todo esto tiene que ver con los diferentes cambios hormonales y de desarrollo que producen, pero, ¿cómo se comporta exactamente este fenómeno? ¿Deberíamos prestarle más atención? ¿Cómo se relacionan salud mental y adolescencia?
Con el objetivo de estudiar esta relación, el grupo de investigación Epi4health de la UVic-UCC, la UAB y la UOC, realizó un estudio que pretendía estudiar cuál era la proporción de personas adolescentes que reportaba tener un bajo estado de ánimo. Se tomaron los datos de más de 6.400 personas adolescentes de entre 12 y 18 años escolarizadas en institutos de la Catalunya Central y se encontró con que un 11,6% de los chicos y un 25,1% de las chicas dicen tener un estado de ánimo bajo.
Pero, ¿qué se entiende exactamente por un bajo estado de ánimo? Aquí consideraríamos aquellos síntomas o sensaciones negativas prolongadas y persistentes a lo largo del tiempo, como pueden ser la tristeza, la desesperanza, la dificultad para realizar tareas diarias, dificultades para conciliar el sueño o sentir nerviosismo o tensión constante, entre otros. A partir de este estudio, se llegó a la conclusión de que existen unas diferencias entre géneros muy grandes en los estados anímicos de las personas adolescentes, siendo las chicas las que tienen peor estado de ánimo.
¿Por qué las chicas tienen un estado de ánimo más bajo que los chicos?
¿Por qué se dan estas diferencias? Responder a esta pregunta es complejo, ya que estas diferencias pueden ser explicadas por muchos factores diferentes. Lo que sí hemos observado es que existen otros factores que explican parte de estas diferencias. Por ejemplo, vemos que las personas que dicen haber sufrido algún tipo de violencia sexual o que practican menos actividad física, son las que también dicen tener un peor estado de ánimo y, paralelamente, vemos que son las chicas las que realizan una actividad física insuficiente y las que sufren mayores violencias sexuales en comparación con los chicos. Una posible explicación de este fenómeno es que, la presencia de los roles de género en una sociedad androcéntrica todavía imponen de forma sistemática unas expectativas, exigencias y situaciones que muchas veces ponen a las chicas en una situación de desigualdad frente a los chicos.
I a partir de aquí.. ¿qué podemos hacer?
Los datos de este estudio nos permiten ver que todavía hay mucho trabajo por hacer. El hecho de poder cuantificar este fenómeno permite hacer prevención y así reducir el riesgo de que estos síntomas se acaben cronificando y se puedan desencadenar trastornos psicológicos más serveros, como podría ser un trastorno ansioso o depresivo.
Aquí es donde debemos reflexionar sobre el modelo de vida y el modelo de salud que estamos siguiendo como sociedad, en el que a menudo se prioriza la salud física por delante de la salud mental. Poco a poco ya se están haciendo cambios y se está dando importancia a generar espacios para trabajar la inteligencia emocional, proporcionar herramientas sobre gestión emocional, etc., pero hasta que estas acciones no vayan acompañadas de políticas públicas con perspectiva de género dirigidas a mejorar las condiciones de vida de las personas (tener derecho a una vivienda digna, tener unas buenas condiciones laborales, etc.), no conseguiremos un cambio sustancial. Todo lo que nos rodea (el trabajo que hacemos, el lugar en el que vivimos) es salud y si queremos promover cambios en la salud de la población, deberemos tener en cuenta siempre estos elementos.
Helena González Casals, psicóloga y integrante del Research Group in Epidemiology and Public Health in the Digital Health context (Epi4Health)
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