Finalmente, y después de mucha polémica, ha arrancado el Mundial en Qatar. Este país de Oriente Medio no tiene un sistema político democrático y tampoco respeta los derechos de las mujeres ni de los colectivos de inmigrantes y homosexuales. De hecho, tampoco Rusia, que acogió la última edición del Mundial, es precisamente un modelo de democracia, ni tampoco China, que ha sido sede de los Juegos Olímpicos. Durante buena parte del siglo XX, Qatar ha sido un país árido y pobre del Golfo Pérsico. Pero el descubrimiento, en 1971, de un enorme yacimiento de gas propició la primera transformación, convirtiéndolo en uno de los países más ricos del mundo y haciendo que se vea no solamente como un apéndice de Arabia Saudita, sinó como un auténtico rival geopolítico. La Copa del Mundo es un paso más en la proyección global de este país, que ha comprado el equip francés París Saint-Germain o invertido en el futbol europeo con la compra de derechos de retransmisión. Y no olvidemos también que Qatar Airways fue el principal patrocinador del Barça entre 2010 y 2017. Para el Mundial han construido siete estadios, toda una red de carreteras y ferrocarriles para transportar a los aficionados y docenas de hoteles para alojarlos.
El mundo del fútbol levanta pasiones entra la multitud y es un magnífico narcótico social ante los graves problemas económicos que estamos acumulando. Millones de personas dirigen su atención a los terrenos de juego y olvidan momentáneamente los problemas para llegar a fin de mes y hacer frente al pago de la hipoteca o del alquiler del piso. Pero el mundo del fútbol también acumula graves desequilibrios financieros. Los ingresos más importantes que tienen los clubs proceden de los derechos televisivos, el márquetin (que incluye patrocinios, publicidad y merchandising) y la venta de entradas, sin olvidar los derivados de la venta de jugadores y de inmovilizado material. Su composición ha ido cambiando con el tiempo. En la década de los ochenta, los ingresos de estadio representaban un 70% del total. Con el aumento de los derechos televisivos en la década siguiente, estos se convierten en los ingresos más importantes. La competencia surgida entre los operadores propició la explosión de los contratos, que alcanzaron cifras multimillonarias en la década de los noventa. Pero la pérdida de audiencia televisiva ha hecho que actualmente los ingresos comerciales (47% del total) superen los derechos televisivos (33%) y la venta de entradas (20%). En el caso del FC Barcelona, el récord de ingresos conseguidos en la temporada 2018/19, 990 millones de euros, no ha evitado los graves problemas institucionales, deportivos y económicos con los que se encuentra el club.
Por el lado de los gastos, encontramos principalmente los sueldos de los jugadores y la parte correspondiente a la amortización de los fichajes. Los gastos de personal llegan a absorber el 80% de los ingresos totales del club, una cifra desorbitada e impensable en cualquier otra empresa. Y son los sueldos de escándalo que cobran los jugadores los que han contribuido a las pérdidas y a los crecientes desequilibrios financieros de clubes con tanta solera como el Barça. La moderación de los ingresos no se ha traducido en un recorte salarial comparable y el alto nivel de endeudamiento amenaza con el colapso del sector futbolístico en paises como España. El recordado y admirado Josep María Gay de Liébana hablaba de la gran burbuja del fútbol. Él mismo, un gran aficionado a este deporte y seguidor incansable del Español de Barcelona, lamentaba la pérdida de un tiempo en el cual el fútbol era un espectáculo popular que fomentava los lazos locales y la cohesión socia. Un tiempo en el cual a los jugadores se les conocía dentro del terreno de juego por su habilidad con la pelota, pero que fuera se perdían en el anonimato. Ahora son verdaderas celebridades con sueldos millonarios y, como mercenarios del deporte, se venden al mejor postor sin arraigarse en ninguna ciudad. La rivalidad de los clubs para hacerse con sus servicios eleva el endeudamiento y debilita la estructura financiera. Además, se trata de un endeudamiento a muy corto plazo que compromete la viabilidad del club. Los recursos propios en la Liga española son muy bajos, inferiores al 10% del total, mientras que en la Bundesliga alemana o la Ligue 1 francesa superan el 30%.
¿Se puede normalizar el creciente endeudamiento a corto plazo de los clubes para pagar los sueldos astronómicos de los jugadores? No. Que el fútbol sea el opio del pueblo no tendría que ser una causa de tratamiento diferencial. Entre 2010 y 2015, la deuda del fútbol disminuyó por las liquidaciones en fase concursal de algunos clubes inviables. Naturalmente que no es lo más deseable y que se tienen que intentar enderezar la situación antes de llegar a la quiebra. Pero si la junta directiva no lo consigue, la liquidación de los activos es preferible a la prolongación indefinida de la agonía empresarial y deportiva. La causa fundamental de los problemas son los sueldos excesivos que cobran los jugadores. Sorprende que la administración pública, tan partidaria de la intervención de los precios, no haya fijado precios máximos. El fair play financiero de la liga española es inefectivo y permite, por ejemplo, ampliar el límite salarial del Barça a 656 millones, a pesar de declarar deudas de 481 millones a mediados de 2021. El límite salarial funciona satisfactoriamente en la NBA, contribuyendo al equilibrio de los equipos, el espectáculo y la competitividad del mejor baloncesto mundial. ¿Qué impide aplicarlo al fútbol?
Jordi Franch Parella, doctor en Economía y profesor de los estudios de Administración y Dirección de Empresas-ADE del Campus Manresa de la UVIC-UCC
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