El libro "Our bodies, ourselves" del Colectivo de Mujeres de Boston, publicado en 1970, llegó a mis manos cuando era una joven estudiante universitaria, aprendiendo sociología y una feminista de las de antes. Es una obra que no descubre nada nuevo, pero ayuda a entender el papel del cuerpo de la mujer en el mundo y cómo todos los procesos de nuestra naturaleza biológica y vital siempre han sido tratados y descritos por hombres que ni viven ni sienten el cuerpo de la mujer, cuyo objetivo social y universal era la reproducción de la especie.
Las autoras, que hoy deben tener unos setenta y muchos años, sostenían que se animaron a hacerse preguntas sobre sus cuerpos y sus vidas porque en temas de salud, tanto ellas como todas nosotras, no teníamos voz en este debate, simplemente éramos pacientes de problemas de salud. Leed como problemas de salud: menstruación, vida sexual, embarazos, pospartos, abortos, menopausia, en fin, todos los procesos naturales de las mujeres convertidos en patologías. Por eso se nos ha hecho creer que toda nuestra evolución en la vida está llena de obstáculos y problemas, que requieren de la aportación del experto sanitario y de la industria farmacéutica para hacernos más soportables todas esas supuestas “penitencias” que nos impone el hecho de ser mujer en constante tránsito biológico.
La menopausia siempre ha sido un tema tabú porque significa envejecer, y envejecer es desaparecer del escenario social del deseo. Así surgieron las terapias hormonales para “tratar” la menopausia, generando en la mujer expectativas de mantenerse jóvenes, cuando bien es sabido que una flor no dura nunca dos primaveras. A las mujeres de mediana edad se les ha hecho creer, desde hace décadas, que la menopausia es una deficiencia hormonal y un proceso patológico que necesita tratamiento. Así en los años 60, se extendió el discurso de que la menopausia causaba una “desfeminización” del cuerpo femenino y que esto podía ser tratado con terapias de reposición hormonal para hacerlas permanecer jóvenes, sexualmente atractivas y deseables. Es decir, les habían prometido la fuente de la eterna juventud.
Hoy, hormonación aparte, la menopausia es lo más preciado de la industria farmacéutica, cosmética, alimentaria, de los coaches, y de los liftings vaginales generando una facturación mundial de cerca de 600.000 millones de euros, según un estudio de Female Funders Fund. Además, se prevé que la industria de los suplementos para la menopausia crezca hasta los 22 billones en el año 2028, según publica Forbes. Dicen Gwyneth Paltrow, Kate Moss, Naomi Watts y unas cuantas más que quieren acabar con el estigma y el pudor convirtiendo la menopausia en una nueva bandera del orgullo femenino, a la vez que lanzan nuevos productos al mercado para, supuestamente, mejorar nuestros cuerpos, nuestras vidas y, de paso, sus arcas. Pero, de hecho, y por mucho que se venda como una revelación contemporáneamente feminista, no deja de ser un discurso que ofrece nuevos remedios contra el envejecimiento y el malestar de los años, al cuerpo y a la mente, de las señoras maduras.
El silencio del tiempo de las sofocaciones tiene hoy, pues, un mercado emergente para atender este nicho de mercado de mujeres maduras con poder adquisitivo y ganas de consumir toda clase de aplicaciones tecnológicas convertidas en el nuevo prozac del siglo XXI, que las informan de qué hacer en cada momento de esta etapa vital y de productos naturales y no naturales, todos ecosostenibles, claro está, de grandes y pequeñas corporaciones.
Quizás el nuevo discurso sí sirva para que las mujeres, y la sociedad en general, dejen de aceptar nuestros cuerpos como “defectuosos”, y entender que la menopausia no es un “problema” médico sino un proceso natural que no se debería temer. Sin embargo, me temo que superar el desprecio hacia el envejecimiento físico del cuerpo femenino (como si los hombres fueran un Brad Pitt eterno de 60 años perfectos) en una cultura de adoración por la belleza, la juventud, el bótox, la silicona y la facturación a cualquier precio será muy difícil, ya que la violencia estética del deseo pesa pesadamente en nuestros tiempos.
Chelo Morillo Palomo, doctora en Comunicació i docent del Grau en Administració i Direcció d'Empreses (ADE) de la Facultat de Ciències Socials de Manresa
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