Empecé a trabajar en un hospital a los 17 años, haciendo de auxiliar de clínica. Llegué un poco por casualidad, sin pensarlo mucho. No sabía qué hacer con mi vida, y entonces…
Poco a poco, trabajando junto a enfermeras, descubrí mi vocación para esta profesión. Me esperé a cumplir los 25 años para poder acceder a la universidad sin tener que hacer el bachillerato. Hasta aquí, todo bastante corriente, si no fuera que, a la hora de hacer la matrícula, tenía mellizos de nueve meses. Era una locura, pero mis ganas de aprender iban más allá de la razón y me lancé a la aventura.
En el momento de escoger el centro, me decanté por UManresa: me ofrecía una enseñanza de calidad, cerca de casa, y con un horario de asignatura diaria que me permitía seguir una vía lenta de manera cómoda, concentrando las clases en solo algunos días de la semana. Ahora me doy cuenta de que fue un acierto.
Durante cinco años, he trabajado muy duro, estudiando después de hacer el turno de noche, muchas veces con los niños corriendo entre mis piernas. Combinar la vida de alumna, madre y trabajadora es realmente complicado, pero lo he logrado. Estoy a punto de acabar el cuarto curso y de graduarme como enfermera.
Me siento a preparar los últimos exámenes y me doy cuenta de que mis hijos me imitan, sentándose conmigo en el estudio dibujando o pasando páginas de un libro. Para ellos, he sido una madre-estudiante, apasionada para aprender, decidida a superarse. Y pienso que como modelo de madre y persona es suficientemente bueno.
¿Es una locura ponerse a estudiar con dos criaturas recién nacidas mientras continuas trabajando? Tal vez sí, pero con un poco de apoyo de tu entorno y una gran fuerza de voluntad es posible. Y lo más importante: a mí, me ha hecho inmensamente feliz.
Añadir nuevo comentario