La situación de pandemia nos forzó a vivir situaciones insólitas. Confinamiento y teletrabajo se impusieron, las escuelas se cerraron y responsabilidades familiares y profesionales tuvieron que convivir. Queremos pensar que no todo fue negativo y que la situación vivida nos ha ayudado a repensar el papel educativo de la escuela infantil. Al menos, a replantear qué valor educativo tiene la etapa de 0 a 6 años, qué rigor pedagógico le damos los profesionales que trabajamos en ella y qué mirada tiene la sociedad sobre esta etapa.
Han sido meses muy complicados y durante los cuales hemos echado en falta muchas cosas. Meses de convivencia con mascarillas, gel y una supuesta "distancia" que es imposible de cumplir en esta etapa educativa. Hemos vivido momentos durante los cuales se han perdido oportunidades de relaciones que los niños tienen derecho a vivir en el máximo de contextos posibles. Sabemos que los primeros años de vida son los más importantes y que estos se viven especialmente desde los sentidos. Los niños aprenden explorando su entorno y buscan activamente distintos caminos para comunicarse con los demás: la mirada, los gestos, el contacto, los sonidos, oler y probar forman parte del conocimiento de los objetos y de sus cualidades.
Todo esto que ya sabíamos, la pandemia nos lo ha confirmado. Hemos aprendido, sobre todo, qué escuela queremos y la que no queremos; hemos tenido tiempo - que siempre es escaso en las escuelas - para reflexionar y para evidenciar aspectos que pasaban desapercibidos.
Nos hemos dado cuenta del carácter socializador de la escuela a todos los niveles, pero muy especialmente en la etapa 0-6. El aprendizaje entre iguales toma una fuerza especial en los primeros años de vida, cuando la imitación y la curiosidad actúan como detonantes de los nuevos descubrimientos.
Nos hemos dado cuenta de la importancia del lenguaje no verbal, sobre todo en la etapa 0-3, cuando el lenguaje verbal se está configurando y conversamos sin palabras. Hemos evidenciado que no podemos llevar la cara cubierta con una mascarilla, no podemos privar a los niños de la sonrisa de la maestra. Hemos valorado la fuerza de la mirada para conversar: miradas de aprobación y de satisfacción compartida que contribuirán a construir la personalidad y la autoimagen de los más pequeños.
Nos hemos dado cuenta que Familia y Escuela son un equipo. Que los padres participen en la vida escolar es fundamental y depende, en gran medida, de las facilidades que desde el mismo centro educativo se les de para hacerlo y de la predisposición que la escuela tenga para acompañar nuevas iniciativas y para generar diálogo con las familias. La pandemia no tendría que ser una excusa para dejarlas en la puerta de los centros. Tenemos que encontrar mecanismos, vías de participación, canales para acceder a las estancias. Para una família y su hijo, ese será su primer curso o quizás el segundo, pero no tendrá ninguna opción de recuperar esta etapa. Si las familias pueden entrar en las escuelas, sentirse respetadas, seguras, acompañadas, poder ver cómo funciona y se organiza, seguro que los niños también la verán como un espacio en el cual pueden crecer, aprender, jugar y sentir que es un espacio donde les querrán.
La pandemia nos ha permitido revisar qué modelo de escuela queremos y nos ha hecho darnos cuenta de la parte más emocional del trabajo de una maestra, que pasa por acompañar, guiar y cuidar a niños y niñas desde el contacto físico, los abrazos, los besos, las risas y las carantoñas. Es este el valor que nos ofrece la cotidianidad y como docentes tenemos que comprometernos a no dejarlo perder.
¡Vamos!
Loli Vàzquez Carrasco, Coordinadora de Pràctiques del Grau en Mestre d'Educació Infantil d'UManresa
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